domingo, 29 de enero de 2012

El gato que me inspiró

¡Hola!

Soy una amante de los animales. Me gustan todos, pero debo confesar que muestro una inclinación especial hacia los gatos. Mi admiración hacia ellos nació hace mucho tiempo, y en gran medida se debe a un precioso gato negro que conocí en la calle. Le llamamos Noche, en honor al color de su pelaje.

El nuestro fue casi un amor a primera vista. Merodeaba el portal donde yo vivía. Solía frecuentar las zonas circundantes. Era cariñoso y sociable: no parecía tener miedo de las personas y se acercaba sin reservas a los jardines e incluso a la propia puerta del portal. Su actitud, su simpatía y su mirada amigable y bondadosa me impactaron. Aquella manera de acercarse a las personas era incluso imprudente, teniendo en cuenta que hay personas que pueden suponer una verdadera amenaza para los felinos. Por ello empecé a sospechar que podía tratarse de un gato abandonado o que se había escapado de casa en un descuido.

Comencé a alimentarlo y a cuidarlo y pronto surgió entre nosotros una relación muy especial. Nada más salir del portal, le veía venir corriendo desde la distancia. Incluso cuando llegaba en coche, él corría a mi lado para darme la bienvenida. Parecía como si pudiera olerme o como si conociera el sonido del motor de mi coche. Me hubiera gustado poder llevarlo a casa conmigo, pero esa vía en aquel entonces no era posible. Así que durante dos años cuidé de él, le di todo mi cariño e incluso le llevé al veterinario cuando estuvo enfermo.

Durante esos dos años me acostumbré tanto a él, que cuando salía de casa y él no venía a recibirme con sus arrumacos y con sus roncos maullidos, sentía una gran preocupación (¡había tantos peligros en la calle! ¿Y si le había atropellado un coche o le había ocurrido alguna desgracia?). Lo pasé mal, muy mal. Cuando llovía, nevaba o hacía un frío de mil demonios, me subía a mi casa con el corazón encogido cuando le veía quedarse en la puerta del portal, mirándome a través del cristal. Me invadía una pena y un sentimiento de culpabilidad que no puedo acertar a describir.

Ciertos acontecimientos precipitaron que subiéramos a Noche a casa. No fue fácil. Ni lo fue cogerlo ni lo fue su adaptación en dos hogares diferentes hasta que nos establecimos en la casa en la que residimos en la actualidad. Cuando lo llevé al veterinario supe dos cosas importantes; que estaba castrado y que padecía inmunodeficiencia felina.

Creo que al principio ambos lo pasamos mal. Él estaba acostumbrado a la libertad, a correr de un lado al otro, a cazar y a sacarse las castañas del fuego. Me sentí culpable por haberle privado de eso, a pesar de que a cambio le ofrecía alimento, confortabilidad, una vida tranquila y sosegada, y lo que es más importante: seguridad. Pero las dudas me asolaban: ¿sería feliz con lo que yo le daba? Entonces dudaba, pero ahora sé que sí. Tendríais que ver cómo me mira: como si me adorara. Agacho la cabeza y entonces él se roza contra ella mientras ronronea. Es su forma de saludarme y de mimarme. Está siempre a mi lado, siempre detrás de mí. Si yo voy a un sitio, él viene conmigo.

Sé que habrá a quienes les resulte extraño, e incluso habrá quienes no comprendan, pero siento hacia Noche algo muy especial: una predilección que tampoco me molesto en ocultar. No habla, pero sus miradas son lo más elocuente que conozco.

Aquellos que ya hayan comenzado a leer la novela ya saben quién es Noche, y puede que de momento sólo unos cuantos sepan la importancia que tiene en la obra. Me inspiró, vaya si mi inspiró…y aún sigue haciéndolo.

Esta entrada es la manera de agradecerle todo el cariño que me da. Se la dedico a Noche y a todas las mascotas que nos hacen la vida más bella.

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